Miembros del Blog

miércoles, 29 de noviembre de 2017

LA ILÍADA DE HOMERO.

DIÁLOGO ENTRE ANDRÓMACA Y HÉCTOR.



«¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas de tu hijo, aun tierno, ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matólo el divino Aquiles cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Teba, la de altas puertas: dio muerte a Eetión y, sin despojarlo, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas monteses, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros, entre los flexípedes bueyes y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquél con otras riquezas y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Ártemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Ahora, pues, compadécete de mí y quédate aquí, resistiendo en lo alto de esta torre ¡no conviertas en huérfano a tu hijo ni a tu mujer en viuda! A tus huestes detén cabe la higuera, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes los dos Ayantes, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima.»

Contestóle el gran Héctor, el de tremolante casco:

«Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo, armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécaba, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve, sumida en lágrimas, privándote de la libertad que tenías en los días de antaño. Y, quién sabe, tal vez, allá en Argos, tejas luego una pieza de tela, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: “Ésta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los troyanos, domadores de caballos, cuando en torno de Ilio peleaban.” Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.»

Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la augusta madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así a Zeus y a los de más dioses:

«¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los troyanos a igualmente esforzado; que reine poderosamente en Ilio; que digan de él cuando vuelva de la batalla: “¡Es mucho más valiente que su padre!”; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije el alma de su madre.»
Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que, al recibirlo en el perfumado seno, sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo el esposo y compadecido, acaricióla con la mano y le dijo:
«¡Desdichada! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilio, y yo el primero.»
Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él muchas esclavas, y a todas las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.

La despedida de Héctor de su mujer Andrómaca
y de su hijo Astianacte.

Esta escena del texto, me parece muy bonita y conmovedora; da mucha pena que tú marido se tenga que ir a una guerra en la que ve que va a morir y tiene un hijo.
Héctor nunca podrá ver a su hijo 

Astianacte crecer aunque resulta que el niño muere porque le tiran desde una torre y Andrómaca no puedo hacer nada para detenerlo.


Jacques-Louis David- Andromache Mourning Hector.JPG
El dolor y los lamentos de Andrómaca sobre el cuerpo de Héctor


Astianacte es arrojado desde las murallas de Troya por Neoptólemo,
ante la impotencia de su madre Andrómaca.

El rol principal de este texto son las mujeres ya que dan vida y son las únicas que pueden hacer eso.
El papel masculino son los enfrentamientos bélicos y el papel femenino son los de cuidar a los hijos y todo lo que tenga que ver con la casa.

La esclavitud en este texto está vista de dos tipos: de forma negativa para Andrómaca y de forma positiva para los propios esclavos.
Resultado de imagen de gif de esclavos

En el texto hay unos epítetos épicos y referencias a dioses cómo estas que pongo a continuación:
"El de los pies ligeros" y "El que más se señalaba entre los troyanos" son epítetos épicos.
Y una referencia a dioses sería: "¡Zeus y demás dioses!"

PRÍAMO SUPLICA A AQUILES QUE LE DEVUELVA EL CADÁVER DE SU HIJO.

Os propongo la lectura de uno de los pasajes más emotivos de la Ilíada, el que corresponde al momento en que Príamo va a suplicar a Aquiles que le permita recuperar el cadáver de su hijo Héctor para hacerle los funerales que corresponden a una muerte con honor.
Cuando esto hubo dicho, Hermes se encaminó al vasto Olimpo. Príamo saltó del carro a tierra, dejó a Ideo para que cuidase de los caballos y mulos, y fue derecho a la tienda en que moraba Aquileo, caro a Zeus. Le halló solo —sus amigos estaban sentados aparte—, y el héroe Automedonte y Alcimo, vástago de Ares, le servían, pues acababa de cenar, y si bien ya no comía ni bebía, aún la mesa continuaba puesta. El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquileo, le abrazó las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. Como quedan atónitos los que, hallándose en la casa de un rico, ven llegar a un hombre que tuvo la desgracia de matar en su patria a otro varón y ha emigrado a país extraño, de igual manera se asombró Aquileo de ver a Príamo, semejante a un dios, y los demás se sorprendieron también y se miraron unos a otros. Y Príamo suplicó a Aquileo, dirigiéndole estas palabras:
—Acuérdate de tu padre, oh Aquileo, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado a los funestos umbrales de la vejez. Quizás los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien le salve del infortunio y la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos valientes en la espaciosa Ilión, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diecinueve eran de una misma madre; a los restantes, 
diferentes mujeres los dieron a luz en el palacio. A los más el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí y defendía la ciudad y a sus habitantes, a éste tu lo mataste poco ha mientras combatía por la patria, a Héctor; por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, con un cuantioso rescate, a fin de redimir su cadáver. Respeta a los dioses, Aquileo y apiádate de mí, acordándote de tu padre; yo soy aún más digno de compasión que él, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos.
Así habló. A Aquileo le vino deseo de llorar por su padre; y cogiendo la mano de Príamo, le apartó suavemente. Los dos lloraban afligidos por los recuerdos: Príamo acordándose de Héctor, matador de hombres, derramaba copiosas lágrimas postrado a los pies de Aquileo; éste las vertía, unas veces por su padre y otras por Patroclo; y los gemidos de ambos resonaban en la tienda.
/…/



—Acuéstate fuera de la tienda, anciano querido; no sea que alguno de los caudillos aqueos venga, como suelen, a consultarme sobre sus proyectos; si alguno de ellos te viera durante la veloz y obscura noche, podría decirlo a Agamenón, pastor de pueblos, y quizás se diferiría la entrega del cadáver. Mas, ea, habla y dime con sinceridad cuantos días quieres para hacer honras al divino Héctor; y durante este tiempo permaneceré quieto y contendré al ejército.
 Le respondió el anciano Príamo, semejante a un dios:
— Si quieres que yo pueda celebrar los funerales del divino Héctor, obrando como voy a decirte, oh Aquileo, me dejarías complacido. Ya sabes que vivimos encerrados en la ciudad; la leña hay que traerla de lejos, del monte; y los troyanos tienen mucho miedo. Durante nueve días le lloraremos en el palacio, en el décimo le sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre, en el undécimo erigiremos un túmulo sobre el cadáver y en el duodécimo volveremos a pelear, si necesario fuere.
Le contestó el divino Aquileo, el de los pies ligeros:
— Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé el combate durante el tiempo que me pides.
Dichas estas palabras, estrechó la diestra del anciano para que no abrigara en su alma temor alguno. El heraldo y Príamo, prudentes ambos, se acostaron en el vestíbulo. Aquileo durmió en el interior de la tienda sólidamente construida, y a su lado descansó Briseida, la de hermosas mejillas.
Las demás deidades y los hombres que combaten en carros durmieron toda la noche, vencidos del dulce sueño; pero éste no se apoderó del benéfico Hermes, que meditaba cómo sacaría del recinto de las naves a Príamo sin que lo advirtiesen los sagrados guardianes de las puertas.

Príamo suplicando a Aquiles.

Este fragmento de la Ilíada de Homero narra la humillación de Príamo, padre de Héctor, el héroe de Troya que muere a manos de Aquiles.
Príamo le pide suplicando el cadáver de su hijo para rendirle los homenajes correspondientes.

El sentimiento de un padre preocupado por su hijo fallecido hace que este vaya, aún siendo un orgulloso rey y se arrastre por el campamento enemigo, aún con todo el peligro de hacerlo.

Aquiles, está enfadado por el daño que le ha causado Héctor y dolido por la pérdida de su camarada, por el que se lamenta de una forma muy humana (contrario a la imagen de una persona sin escrúpulos), Príamo le besa las manos a Aquiles y le recuerda lo que le pasó a su padre y luego vemos a Aquiles compadeciendose del viejo Príamo y llorando junto a él.
Acepta el trueque de los regalos a cambio del cuerpo sin vida de Héctor y le deja 11 días para el funeral de Hector.

Imagen relacionada
Aquiles arrastrando el cadáver de Héctor
Imagen relacionada
Regreso del cuerpo de Héctor a Troya
El texto es predominantemente narrativo; pero también hay diálogos y descripciones.

Una de las narraciones sería: "A Aquileo le vino deseo de llorar por su padre; y cogiendo la mano de Príamo, le apartó suavemente. Los dos lloraban afligidos por los recuerdos: Príamo acordándose de Héctor, matador de hombres, derramaba copiosas lágrimas postrado a los pies de Aquileo; éste las vertía, unas veces por su padre y otras por Patroclo; y los gemidos de ambos resonaban en la tienda."

Un diálogo: "— Si quieres que yo pueda celebrar los funerales del divino Héctor, obrando como voy a decirte, oh Aquileo, me dejarías complacido [...]
— Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé el combate durante el tiempo que me pides [...]"

Y una descripción: "aquellas manos terribles, homicidas"


No hay comentarios:

Publicar un comentario